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6 de junio de 2013

EN LA VIEJA EUROPA (CRÓNICAS DE RUMANÍA)


En la vieja Europa, uno de los temas más interesantes para un naturalista es la relación entre el hombre y los animales. La inserción del ser humano en los ecosistemas transformados e intervenidos desde la prehistoria.

Durante la reciente expedición a Rumania de Ecowildlife, hemos recorrido los espacios naturales de este país observando su fauna y flora. Mamíferos emblemáticos como el oso o el castor, que disfrutan de un exitoso programa de reintroducción. Descomunales ciervos y jabalíes, sorprendentes para los que conocemos a sus primos ibéricos. Anfibios, con diferentes especies de anuro y urodelos, a los que hemos contemplado y asistido a sus, en ocasiones, impresionantes manifestaciones sonoras: Sapo de vientre amarillo, sapo común y sapo verde, rana verde europea, salamandra, tritón alpino o ranita de San Antón. Aves muy apreciadas por los ornitólogos como el somormujo cuellirrojo, el pito cano o el fumarel aliblanco o misteriosas especies forestales como el pito negro y el urogallo.

La observación de fauna es una forma más de interacción entre el hombre y los animales salvajes y ésta ha sido nuestra principal actividad mientras guiábamos a los chicos de la EFA Malvesía por aquellos parajes del este de Europa. Sin embargo, también hemos podido presenciar otro tipo de relación entre el hombre y las bestias, tan ancestral como la pura contemplación. La depredación. La sensación de transitar un espacio verdaderamente salvaje sólo provoca con intensidad sentirse un eslabón más de la cadena trófica.
Observábamos a cinco osos pardos alimentándose de una carroña en Vala Strembei, desde la seguridad de una caseta forestal construida al efecto. Cuando la oscuridad de la noche nos impide seguir con el avistamiento, salimos en silencio, cruzando en bosque hasta el camino, con los plantígrados a escasos cincuenta metros. Entonces, es imposible no recordar la fotografía de la mesa de autopsias del borracho muerto y devorado por un oso, al que sorprendió durmiendo la mona en un parque de los suburbios de Brasov. Aunque no es la primera vez y sabes que el tema está controlado, la adrenalina sube.

En el otro extremo, una mañana de campo en Vala Lunga, zona osera, lobera y lincera, se nos ofrece un salami graso, de sabor fuerte, de oso. Nos comentan que, tradicionalmente, cuando se caza un oso, se elaboran embutidos como ese con su carne y grasa. Gastronomía paleolítica de las antiguas montañas europeas. El hombre presa de los grandes depredadores, pero cazador que devuelve el golpe cuando tiene ocasión. Según algunos descubrimientos paleontológicos recientes, el consumo de carne propició el desarrollo del cerebro en los homínidos. Se han encontrado lesiones típicas de la anemia en los restos de un cráneo infantil de hace 1,5 millones de años en Olduvai, causada por un déficit de carne.
No es extraña esta reciprocidad en comunidades que conviven con grandes depredadores. He leído como en el Amur, en el extremo oriente ruso, se considera la carne de tigre deliciosa, “sabe a pollo”, aunque no tanto como la de lince.

En la Península Ibérica no hemos sido menos. Pensando en el salami de oso me viene a la mente el testimonio de un paisano, que recoge J.A. García Diez en su libro OSOS, LANCES Y PERCANCES, sobre un oso de trescientos kilos cazado y convertido en embutidos en la cordillera cantábrica, en tiempos insultantemente recientes desde un punto de vista conservacionista: “Los chorizos gustaban pero que muy mucho a la gente; soltaban una grasina…¡qué grasina!. No es la carne del oso como la otra carne de caza. Es una carne ¿sabe? Que tiene su gracia, que tiene su qué.”

Bibliografia:
EL TIGRE, John Vaillant. Editorial DEBATE
OSOS, LANCES Y PERCANCES, J.A. García Diez  Editorial A. SAAVEDRA
Las fotografías de la expedición aquí 

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