En la vieja Europa, uno de los temas más
interesantes para un naturalista es la relación entre el hombre y los animales.
La inserción del ser humano en los ecosistemas transformados e intervenidos
desde la prehistoria.
Durante la reciente expedición a Rumania de
Ecowildlife, hemos recorrido los espacios naturales de este país observando su
fauna y flora. Mamíferos emblemáticos como el oso o el castor, que disfrutan de
un exitoso programa de reintroducción. Descomunales ciervos y jabalíes,
sorprendentes para los que conocemos a sus primos ibéricos. Anfibios, con
diferentes especies de anuro y urodelos, a los que hemos contemplado y asistido
a sus, en ocasiones, impresionantes manifestaciones sonoras: Sapo de vientre
amarillo, sapo común y sapo verde, rana verde europea, salamandra, tritón
alpino o ranita de San Antón. Aves muy apreciadas por los ornitólogos como el
somormujo cuellirrojo, el pito cano o el fumarel aliblanco o misteriosas
especies forestales como el pito negro y el urogallo.
La observación de fauna es una forma más de
interacción entre el hombre y los animales salvajes y ésta ha sido nuestra
principal actividad mientras guiábamos a los chicos de la EFA Malvesía por
aquellos parajes del este de Europa. Sin embargo, también hemos podido
presenciar otro tipo de relación entre el hombre y las bestias, tan ancestral
como la pura contemplación. La depredación. La sensación de transitar un espacio
verdaderamente salvaje sólo provoca con intensidad sentirse un eslabón más de
la cadena trófica.
Observábamos a cinco osos pardos
alimentándose de una carroña en Vala Strembei, desde la seguridad de una caseta
forestal construida al efecto. Cuando la oscuridad de la noche nos impide
seguir con el avistamiento, salimos en silencio, cruzando en bosque hasta el
camino, con los plantígrados a escasos cincuenta metros. Entonces, es imposible
no recordar la fotografía de la mesa de autopsias del borracho muerto y
devorado por un oso, al que sorprendió durmiendo la mona en un parque de los
suburbios de Brasov. Aunque no es la primera vez y sabes que el tema está
controlado, la adrenalina sube.
En el otro extremo, una mañana de campo en
Vala Lunga, zona osera, lobera y lincera, se nos ofrece un salami graso, de
sabor fuerte, de oso. Nos comentan que, tradicionalmente, cuando se caza un
oso, se elaboran embutidos como ese con su carne y grasa. Gastronomía
paleolítica de las antiguas montañas europeas. El hombre presa de los grandes
depredadores, pero cazador que devuelve el golpe cuando tiene ocasión. Según
algunos descubrimientos paleontológicos recientes, el consumo de carne propició
el desarrollo del cerebro en los homínidos. Se han encontrado lesiones típicas
de la anemia en los restos de un cráneo infantil de hace 1,5 millones de años
en Olduvai, causada por un déficit de carne.
No es extraña esta reciprocidad en
comunidades que conviven con grandes depredadores. He leído como en el Amur, en
el extremo oriente ruso, se considera la carne de tigre deliciosa, “sabe a pollo”,
aunque no tanto como la de lince.
En la Península Ibérica no hemos sido
menos. Pensando en el salami de oso me viene a la mente el testimonio de un
paisano, que recoge J.A. García Diez en su libro OSOS, LANCES Y PERCANCES,
sobre un oso de trescientos kilos cazado y convertido en embutidos en la
cordillera cantábrica, en tiempos insultantemente recientes desde un punto de
vista conservacionista: “Los chorizos gustaban pero que muy mucho a la gente;
soltaban una grasina…¡qué grasina!. No es la carne del oso como la otra carne
de caza. Es una carne ¿sabe? Que tiene su gracia, que tiene su qué.”
Bibliografia:
EL TIGRE, John Vaillant. Editorial DEBATE
OSOS, LANCES Y PERCANCES, J.A. García Diez Editorial A. SAAVEDRA
EL TIGRE, John Vaillant. Editorial DEBATE
OSOS, LANCES Y PERCANCES, J.A. García Diez Editorial A. SAAVEDRA
Las fotografías de la expedición aquí
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