En el fondo de la fosa del Rift, en las inmediaciones del lago Nakuru la sabana está salpicada de pequeñas charcas y arboledas dispersas del árbol de la fiebre. Encontramos un pequeño rebaño de rinocerontes blancos compuesto por dos hembras, sus recentales y un macho adulto. El macho siente el ardor del celo y se pone tan tonto como todos los machos de cualquier especie en esa circunstancia. Corteja a una de las hembras de forma ruda, casi agresiva. La llega a levantar del suelo empujando su hocico hacia arriba contra la barriga de ella. El recental que la acompaña le planta cara al inmenso titán, interponiéndose con coraje entre el obcecado y su madre.
Mientras amamanta a su cría, la hembra orina en spray y el galán brutote chequea olfateando cuidadosamente la información sobre el estado de su estro. Tarde o temprano, ella accederá. Con toda probabilidad, el macho ya ha recibido señales químicas que le permiten albergar esperanzas. La baja productividad de esta especie, pasan cuatro años desde que una hembra fértil pare a un único descendiente hasta que vuelve a alumbrar otra cría, es un problema añadido en su conservación. Una tasa reproductora que no cubre las bajas demasiado frecuentes en una especie que en condiciones normales no tiene depredadores naturales.
Recuerdo la genial descripción de Félix en FAUNA, las sensaciones que le trasmitía la observación de los rinocerontes africanos. Dulzura, paz, ternura, admiración y tristeza. Porque cuando el malogrado naturalista burgalés recorrió los espacios naturales africanos, el declive de las dos especies ya había comenzado. El ocaso de los colosos. Ninguna de las poblaciones salvajes de rinoceronte blanco actuales pertenece ya a la subespecie del norte. Todas tienen su origen en la subespecie sudafricana.
Seguramente, el punto de inflexión comienza con el “descubrimiento” de la subespecie del norte, hoy virtualmente extinguida. En el año 1900 un militar inglés, un tal Gibson, abatía un rinoceronte blanco en las orillas del Nilo Superior. A partir de este momento se conoce la presencia de los rinocerontes blancos norteños. Esta población quedó aislada de la del sur por un cambio climático que dividió en dos, con una insalvable barrera de selva ecuatorial, el hábitat óptimo de estos gigantes.
Existe la teoría de que las leyendas del Mokele Mobembe, el críptido de la selva del Congo, no sería un imposible dinosaurio relicto, sino el eco de una época en la que la sabana ocupaba los territorios arrebatados por los bosques lluviosos y que habría incorporado a los rinos a la mitología de las tribus que la habitan.
A lo largo del SXX, las dos principales poblaciones del rinoceronte blanco del norte, localizadas en el Sudán y en el Congo, padecen el caos producido por procesos de descolonización y guerras civiles que las diezman sin compasión. A la desprotección se le añade su absurdo y sobradamente probado ineficaz uso en la medicina tradicional china. Las falsas propiedades medicinales del cuerno de rinoceronte en polvo están documentadas en manuales chinos del SXVI. Entre ellas se cuentan las afrodisiacas aunque, en los últimos tiempos, potentados orientales también adquieren cuernos de rinoceronte tallados como exclusivo símbolo de estatus y poder.
60000 dólares el kilo de cuerno de rinoceronte.
Desde entonces, traslocaciones, extinciones locales, carrera armamentística y tecnológica entre furtivos y autoridades medioambientales, corrupción, heroísmo, intentos desesperados por reproducir a los últimos ejemplares en cautividad. Todos los elementos necesarios para el tercer acto de la tragedia.
Este es el repugnante tráfico que está exterminando a los rinocerontes de todo el mundo. En Ol Pejeta, debajo de una acacia que acoge una bulliciosa colonia de tejedores hay un cementerio de rinocerontes blancos y negros. En las lápidas de piedra están grabadas unas palabras sobre el animal, su nombre y las circunstancias en las que murió. Todos por furtivismo, la mayoría encontrados sin cuernos. Mal van las cosas para una especie cuando se conoce a casi todos sus individuos por su propio nombre. Muy mal van cuando somos capaces de contarlos y ponerles un nombre con el que recordarlos en una lápida.
Parece que la expansión del Homo sapiens por el planeta coincidió con la extinción de gran parte de la megafauna mundial. Eurasia, Australia y América padecieron la llegada del homínido africano que, probablemente con la ayuda de cambios climáticos y otros factores ajenos a su acción directa, llevaron a la extinción a numerosas especies de mamíferos, pero también aves y reptiles. No sabemos exactamente porqué la megafauna africana salió viva de su relación con los sapiens, pero los científicos intuyen que milenios de co-evolución propiciaron adaptaciones que les permitieron coexistir.
La vuelta al continente de sapiens inadaptados procedentes de Europa, Asia y América 600 siglos después está revertiendo ese status quo y ha metido de lleno a la gran fauna africana en la espiral de extinción de la que no salieron rinocerontes lanudos, mastodontes, moas o magaterios.
En las instalaciones del centro de conservación de Ol Pejeta pudimos contemplar a las tres últimas hembras supervivientes de la subespecie de rino blanco del norte. Viven en un corral sin ser conscientes de que su estirpe desaparece sin remedio. El último macho, Sudan, murió hace apenas una semana. Sin poder dejar descendencia.
Dejamos a la familia de rinocerontes blancos del Nakuru. Anochece y desde una colina, un ranger armado se dispone a pasar la noche vigilándolas. Nunca imaginé que viviría el ocaso de los colosos africanos, pero haber podido ver los esfuerzos con los que, en este caso, Kenia lucha contra las mafias de furtivos y traficantes, me hacen albergar una brizna de esperanza.
En Abril de 2019, dirigiré de nuevo una expeidición a África en busca de los grandes mamiferos, si os quereis venir os dejo toda la información en este enlace.
JOSÉ CARLOS DE LA FUENTE
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