La idea de viajar a los Cárpatos con un grupo de viajeros
naturalistas me llena de expectativas. Por un lado, envidio a los que se
adentran en este anillo pétreo centroeuropeo por primera vez. Por otro, me
siento afortunado como naturalista por conocer lo que voy a disfrutar de
nuevo en esta nueva ecoexpedicion de Ecowildlifetravel, con
la niebla enganchada en los roquedos. Observar a la pareja de linces boreales
viviendo su noviazgo en el ecotono entre el prado y el bosque. El aullido de un
lobo transilvano, el grito del corzo, el relincho del pito negro, van marcando
el ritmo, el latir de las selvas rumanas. Buscamos osos en los prados, en esta
época buscan golosos el Allium ursinum, aromático
ajo salvaje europeo. A veces te los encuentras en un recodo del camino, para
sorpresa del oso y del excursionista. Los tritones alpinos y las ranas de
vientre amarillo, ya han llegado a los charcos forestales donde se van a
reproducir. Las aves forestales van apareciendo: el pico dorsiblanco, el
cascanueces, el papamoscas collarino, el carbonero palustre... Sobre el ápice
de una picea el fantástico macho del urogallo domina su parcela de bosque.
En el fango de los caminos, las huellas nos van contando las
historias de la noche: Una osa acompañada de un joven del año anterior; grandes
ciervos; corzos; un mustélido que nos permite un debate sobre las diferencias
entre los rastros de la marta y la garduña; la pisada de un gigantesco jabalí;
aquí el suido salvaje llega a pesar más
de 300 kg.
En un valle abierto, con arbolado disperso entre prados,
observamos dos jóvenes águilas imperiales
orientales. Con una de ellas posada
en un roble, podemos compararla a placer con nuestras imperiales ibéricas,
emulando a los taxónomos que acabaron diferenciándolas como especies separadas
en los años 70 del siglo XX. El emblema del Imperio Austro-Húngaro aún señorea
algunos de sus antiguos territorios.
A mediodía charlamos con un pastor de ovejas. Si llevas
tabaco, puede darte conversación hasta decir basta. Sus perros llevan colgando
del collar unas barras. Le pregunto y explica que este artefacto evita que
persigan en primavera a los corcinos, y depreden accidentalmente este recurso
natural. En estas tierras se percibe una relación más serena e integrada entre
las gentes que viven de la ganadería, duro oficio en un territorio con
semejante población de carnívoros, y la vida salvaje.
Cuando volvemos, caminado por el maravilloso desfiladero de
Zarnesti, uno no puede evitar sentir la sensación de maravilla inquietante
vivida por Jonathan Harker viajando en carruaje por las montañas transilvanas
en un carruaje guiado por el Conde Drácula.
Una vez en nuestro vehículo, un precioso gato montés se deja
ver, mientras ronda una zona de granjas. Su afición por los ratones no es menor
que la de sus primos domésticos. Llegamos a nuestro alojamiento, que no es el castillo gótico
del vampiro, si no la acogedora “Pensiunea” de Mimi, que nos va a servir una
deliciosa cena tradicional antes de irnos a dormir, para volver disfrutar otro
día sintiendo el latido del Salvaje Corazón de Europa.